lunes, 31 de mayo de 2004
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Mi primera visita a Dublín, la capital de Irlanda

Catedral de la Santísima Trinidad en Dublín

Este fin de semana, coincidiendo con uno de los escasos findes veraniegos que nos regala el clima irlandés, visité Dublín por primera vez. Llevo en Irlanda ya ocho meses, pero mereció la pena esperar tanto porque esta visita a la capital fue realmente interesante. Fui con varios compañeros de trabajo (y amigos) y todo el fin de semana fue una experiencia memorable, desde la salida hasta el regreso, pasando por supuesto por todo lo que vimos en Dublín, que fue mucho y muy variado.

DÍA UNO: sábado


Nada más salir del pueblecito y entrar en la "autopista", por la mañana relativamente temprano, vimos una curiosa estampa típica de un país donde la agresiva mezcla de urbe y rural se lleva por delante cualquier atisbo de seguridad vial. Curiosidades al margen, el viaje fue muy plácido, y además encontramos bastante rápido el B&B en el que nos alojamos. Muy bonito el B&B, por cierto, en una gran casa clásica con la fachada cubierta por enredaderas.

Calle O'Connell en el centro de Dublín

Nos desplazamos al centro de Dublín en autobús y bajamos en la calle O'Connell. Cada ciudad de Irlanda tiene una calle dedicada a Daniel O'Connell, normalmente en el centro, y digo yo que la de la capital será la gran calle O'Connell nodriza. Para remarcar que en teoría esta es la calle más importante de todo el país, plantaron en ella un gran pincho de 120 metros de altura llamado el Spike. No es muy original, pero al menos es grande. Que nadie diga nunca más que los irlandeses tienen un pirulí pequeño.

Campus del Trinity College de Dublín

Seguimos pateando la ciudad y nos encontramos el Trinity College, una universidad repleta de edificios preciosos, y el punto de la ciudad que destila más cultura. No muy lejos de allí está el castillo de Irlanda, que ni es muy grande ni muy bonito, pero sí cuenta con mucha historia. También visitamos la catedral de la Santísima Trinidad, un edificio precioso en el cual entramos para ver cosas tan curiosas como un gato y una rata momificados. Tras la catedral anglicana visitamos la catedral protestante, que es aún más bonita. Esta segunda catedral está dedicada a San Patricio, el patrón de Irlanda, y es una muestra de que el estilo gótico alcanza su punto máximo de esplendor cuando la piedra está mojada y el cielo nublado.

La calle de pubs Temple Bar de Dublín

Apuramos las últimas horas en los pubs de Temple Bar, la calle con más marcha de toda la ciudad. Esta es la calle que suelen visitar los extranjeros que acuden a Dublín a estudiar inglés, porque no hay mejor forma de practicar el idioma que con unas pintas. Tras mimetizarnos con el ambiente a base de ingerir cerveza, regresamos al B&B en un taxi cuyo conductor debía ser muy divertido, porque recuerdo que no paramos de reír en todo el trayecto.

DÍA DOS: domingo


El segundo día nos levantamos algo tarde, y dedicamos la mañana a aprovechar abusar del desayuno que ofrecía el B&B. Hay que ver lo que puede dar de sí un desayuno irlandés aderezado con barra libre de café, yogures, fruta y cereales. Los españoles no somos de desayunar fuerte, y yo aún menos, pero cada vez que me ponen delante un desayuno completo con huevos, bacon, tostadas, salchichas y un montón de cosas cargadas de colesterol y grasas polisaturadas, es que no me puedo contener. Lo que pretendía ser un desayuno terminó siendo desayuno, comida y cena, porque no pude comer nada sólido hasta el día siguiente. Ese es el poder de un buen desayuno irlandés, amigos.

Río Liffey de Dublín al atardecer

Ya con la panza llena, nos encaminamos de nuevo al centro y pasamos unas horas paseando con calma alrededor del río Liffey y por un par de calles comerciales no muy lejanas. Vimos a la famosa Molly Malone, nos sorprendimos con alguna muestra de poesía callejera, y jugueteamos con las abundantes estatuas del centro de Dublín. La intención era comer en la ciudad antes de regresar, pero el desayuno se resistía a dejar hueco para más comida. Nos limitamos a disfrutar de un cafecillo en un pub, charlando sobre esto y aquello, y cuando la luz natural empezaba a escasear decidimos que ya era hora de finalizar la visita y regresar a la vida laboral.

Tras este primer viaje fui varias veces más a Dublín, pero creo que esta fue la visita que más disfruté. Fui con buenos amigos, vimos casi todo lo que había que ver, nos integramos en la noche alcohólica de la ciudad, e incluso disfrutamos de su gastronomía. No se puede pedir más.
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