lunes, 30 de marzo de 2020
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Confinamiento por coronavirus - Semana 2: Pocos tests y demasiada eficiencia

Tarta de cumpleaños en confinamiento

Se cumple la segunda semana de confinamiento por coronavirus. Seguimos sanos. La moral permanece alta. No nos faltan suministros.

Ha concluido la quincena original de confinamiento y empieza la segunda, que ayer mismo fue subida de nivel a parada de todos los servicios no esenciales. Es decir, que van a cerrar algunos de los pocos negocios que seguían operando de manera presencial. Básicamente, durante los próximos 15 días solo se podrá salir de casa para trabajar si tu empresa se dedica a producir, distribuir o vender alimentos, medicamentos y otros bienes de primera necesidad. El problema es que la notificación de momento es poco precisa y si se tira del hilo se puede entender que puede seguir operando casi cualquier empresa. Ejemplos: suministradores de envases para yogures, mantenimiento de maquinaria industrial, servicios informáticos para distribuidores de alimentación, etc. Ya veremos mañana cuál es el impacto real.

Esta ha sido la semana del baile de los tests chinos. Resulta sorprendente que hayan pasado prácticamente dos meses desde que se sabe que el Covid-19 es un problema sanitario grave y global, pero en España siga habiendo escasez de elementos básicos como mascarillas. La escasez de respiradores se entiendo porque no son equipos que se puedan adquirir de un día para otro, sobre todo cuando la industria nacional ha sido esquilmada en beneficio del siempre más barato producto chino. Sin embargo, lo más sangrante es que a día de hoy sigamos sin poder hacer pruebas masivas de contagio del virus. La excusa de que hay otros países con problemas en el suministro no es válida, que no por ser mucho somos menos tontos.

Como causas del desbarajuste se me ocurren varias. Primera, la deslocalización de la producción llevada al extremo en los últimos años, en busca siempre de la máxima eficiencia pero a cambio de aumentar la fragilidad y disminuir una autonomía cuya necesidad solo se ve en situaciones de necesidad como la actual. Segunda, la división de competencias a las autonomías y posterior recentralización temporal por parte de una estructura estatal ya atrofiada. Tercero, la politización de todo que nos ha llevada a tener una veintena de ministerios de todo tipo, unos duplicados y otros claramente innecesarios, con unas designaciones tan dudosas como tener a un filósofo al frente de la Sanidad. Cuarto, el hecho de que tanto el Gobierno como la oposición estén mirando de reojo a las próximas elecciones, en una suerte de campaña permanente que siempre deja la gestión eficaz en un segundo plano.

Dicho esto, yo no he venido hoy aquí a solucionar el mundo ni a buscar culpables, que para eso ya habrá tiempo cuando esto haya pasado. Estas líneas las escribo para ampliar un poco lo expresado en el primer parrafito.

Lo más importante es que estamos bien. El virus está cada vez más cerca, y hace unos días ha fallecido por coronavirus una vecina de una casa a menos de un kilómetro de nuestra residencia. Si no está a salvo ni la Galicia rural, no se me ocurre qué parte del mundo puede quedar limpia.

Las niñas y su madre siguen animadas y el encierro todavía no hace mella en nuestros espíritus. Yo sigo apagando fuegos y trabajando un poco más desde casa que cuando iba a la oficina. Los problemas se multiplican, y el teletrabajo prolongado por tantos días no es tan eficiente hace más ineficientes ciertas tareas. De momento no hay ERTE ni paro a la vista, pero la situación cambia tanto de un día para otro que ya no me atrevo a asegurar nada.

Lo que más agradezco estos días, como ya decía la semana pasada, son esos metros de terreno entre la puerta de casa y el portal al mundo exterior. Una auténtica franja desmilitarizada en la que las niñas pueden pedalear un poco y los adultos podemos salir a estirar las piernas y tomar el sol con la compañía de una manzana menguante.

Hoy he hecho mi primera salida al mundo exterior desde el gran viaje al supermercado del sábado pasado. He ido a la panadería para comprar diez barras de pan para congelar e ir consumiendo a demanda, un poco de pan de molde para variar los desayunos de las nenas, y una tarta para dejar constancia de alguna forma de que en realidad no todos los días son iguales. He pasado ya muchos cumpleaños en mi vida, y el de este año seguro que lo recordaré por mucho tiempo.

Amigos del blog, cuidaos, y nos leemos otra vez en siete días.
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